MAL PRESAGIO

A finales de marzo del año pasado, el horizonte se teñía de gris por las tardes, presagiando lluvias tempraneras. Abril no fue la excepción, mas los cielos se cubrían de colochas nubes grises desde el inicio de los días. No siempre llovía, pero el panorama, igualmente lucía lúgubre, pesado; ello influía en el ánimo de la gente de la aldea Juana Leandra.

Una mañana de esas, circulaba un rumor, de esos que tenían color similar al panorama que prevalecía a esas horas. Se platicaba en voz baja; tardó media hora hasta llegar a todo oído en la aldea. Luego, con velocidad de relámpago, empezaron conocerse algunos detalles.

Don Toño Sepúlveda, aquel a quien medio mundo llamaba “el Ermitaño”, se mostraba más raro últimamente, no salía de su casa como antes, parecía esquivar a los demás, ya no respondía al saludo de las pocas personas que aún lo hacía, lo habían visto hablar solo, su mirada lucía vaga… etc.

Ese día parecía continuación de la noche, quizás más ventoso, más gris y oscuro que los anteriores. Pedro, primo de don Toño, le confirmó el rumor sobre su primo, a todos aquellos que se interesaron en preguntárselo. El “ermitaño” lucía cada día más raro. A pesar de todo, aquella tarde Pedro iba en camino a visitar a su primo.

Pedro empujó levemente la puerta, la cual cedió fácilmente con un ligero ruido quejumbroso, que casi les enchina la piel. Encendió una lámpara vieja de queroseno, y aquella luz amarillenta inundó la habitación; él, estupefacto, su mirada se quedó congelada, viendo hacia el suelo, a su lado derecho. Allí yacía don Toño, inerte, con un revolver en su mano derecha, medio abierta, en un charco de sangre que había empezado a secarse. Afuera, la lluvia había empezado a caer.

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